miércoles, 9 de enero de 2013

Éter y Sangre I: La muerte de los Dioses. Parte 2.

Y aquí os dejo el fragmento que sigue a la primera parte de esta nueva historia. Nos metemos en el punto de vista de Breden el templario, conocido en el Círculo de los Esclavos como el  Necronista, el que ve el mal. Además nos habla un poco de lo que ocurre en esa historia y de su familia. ¡Espero que os guste y gracias por leerlo!

Éter y Sangre I: La muerte de los Dioses . Parte 2.


Breden clavó su mandoble en el pecho de la última quimera, pero casi no tuvo tiempo de suspirar cuando ya otro grupo le estaba atacando. Giró sobre si mismo partiendo por la mitad a los tres monstruos que intentaban atacarle y después continuó con el siguiente grupo. Eran miles y vencerles llevaría mucho tiempo siempre que pudieran salir con vida.  

Había dejado la batalla en Kartia para aparecer en un desierto con gente a la que no conocía o a la que hacía muchos años que no veía y empezar una nueva batalla contra aquellas criaturas creadas por los Nuevos Dioses como se hacían llamar los nigromantes que habían causado  aquella gran guerra. 

Los Nuevos Dioses tenían un arma letal que llamaban “La creadora” no se sabía que era pero si se conocían los estragos que causaba, había creado a los Jinetes del Apocalipsis, cuatro bestias enormes que montaban caballos zombies sedientos de sangre de cualquier ser vivo y a los que ni siquiera los temidos Laphar podían enfrentarse. Estos jinetes representaban a la guerra, la hambruna, la enfermedad y la esclavitud tras la muerte, las cuatro cosas que los Novoes como se les conocían a los miembros de aquella terrible organización, deseaban con fervor para todos los ciudadanos de Kartia. Los temidos seres habían comenzado una lucha contra los Jinetes de la Muerte y los del Paraíso para robarles las almas de todos los que morían. Habían matado a cinco de los de la Muerte, ahora solo la Ira y la Soberbia luchaban por las almas para el Dios Nuru, y solo quedaba uno de los Jinetes del Paraíso, la Templanza, que implacable intentaba llevarse el mayor número de almas a su terreno.

Pero lo peor de todo lo que “La Creadora” hacía era convertir a todas esas almas que sus jinetes le traían en criaturas terribles, desde zombies que únicamente quieren matar a cualquier ser vivo, a quimeras, personas deformadas y monstruosas a los que se les atribuía el nombre de “creadores de almas” o incluso los llamados Novivos, almas muertas que desposeídos de sus recuerdos en muchos casos o con éstos modificados, que poseían los mismos poderes y habilidades que en vida tuvieran, se dedicaban a comandar a las tropas de zombies y quimeras. Los animales tampoco se salvaban, pues entre las huestes de los Novoes se encontraban los Drambies, unos dragones cadavéricos, auténticos depredadores que no tenían nada que envidiar a los Megadracos y a los Dragones Dorados; los caballos zombies de los jinetes y de algunos Novivos, los sauriombies, dinosaurios, crueles y despiadados, y un sinfín de criaturas más que habían convertido en sus esclavos con el único objetivo de reclutar  más almas. 


Breden no entendía nada. Había pensado que estaba muerto que todo aquello era una simple pesadilla antes de que su alma perteneciera a los Novoes, pero, ¿incluso en sus pesadillas le atacaban aquellas criaturas? ¿Y porqué Laen, Êrhar , Darea, Hanuk y todos los demás le acompañaban? Él siempre había pensado que el día de su muerte volvería a ver a su familia a su amada Vera, a la pequeña Volka, a Brön, y a la recién nacida que no llegó a conocer, Asdis. Ese era su mayor deseo volver con los suyos, pero ahí estaba, como antes de despertar en aquel lugar, luchando contra inmundas almas corruptas. 

Atravesó a dos esmirriados con su mandoble como si fueran una deliciosa brocheta de carne de venado, después con su pierna se impulsó para sacar de los cuerpos su arma y antes de que pudieran caer inmóviles en el suelo con un rápido y certero movimiento cercenó ambas cabezas. Aquellos viles engendros después de un tiempo volvían a ponerse en pie y la única forma de que esto no ocurriera era destrozando sus cuerpos, mutilándolos, decapitándolos, quemándolos o haciéndolos pedazos, así “La Creadora” tendría que crear un nuevo cuerpo para ese alma y esto a ellos les daba un poco de ventaja. 

Miró de reojo a Laen aprovechando los instantes de libertad que le brindaba el siguiente grupo de zombies. Ésta se encontraba luchando contra cuatro monstruos, al primero de ellos le esquivó un zarpazo de una forma casi artística para después clavarle el estoque en la garganta. Laen no solía usar su estoque pero cuando lo hacía deleitaba con un precioso espectáculo a todo aquel que pudiera contemplarlo. La chica era ágil, rápida y sensual con aquella arma, algo que cambiaba radicalmente cuando utilizaba la espada, pues se convertía en alguien fuerte y brutal. Por desgracia Breden no podía disfrutar del precioso espectáculo de Laen y tenía que centrarse en sus enemigos.
Al nuevo grupo que se le acercaba de bastante mayor número que los anteriores, pues pudo contar a ojo unos quince, se les había unido una quimera un hombre de más de dos metros que blandía un hacha enorme. Breden apretó con fuerza el mandoble dispuesto a cargar contra el grupo antes que la quimera, pero como un destello de luz vio pasar a Êrhar.

-¡Me encargo de los pequeños tu ves a por el grande!-

Breden sonrió, echaba de menos a aquel joven muchacho que años ha había conocido, ahora hecho todo un hombre le había demostrado que la edad y la soledad a la que se había sometido no le habían cambiado tanto como pensaba. Contento de haber recuperado a su viejo amigo o al menos de haber atisbado un segundo resquicio de lo que él había sido, pues el primero lo había demostrado tomando la iniciativa en aquella batalla y demostrando que un Ejecutor siempre es y será un ejecutor, Breden se dirigió hacia la quimera dispuesto a acabar con ella como había hecho con los anteriores.



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Éter y Sangre: La muerte de los Dioses by Lidia Rodríguez Garrocho is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.

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